El primer plan quinquenal de reformas aprobado tras la llegada al poder de Kim Jong-un en Corea del Norte finaliza este año tras impulsar aparentemente el crecimiento económico y el desarrollo de sectores como el ocio, la construcción o incluso la agricultura.
Pyongyang, donde estos días se ven en las calles carteles y eslóganes que animan a rematar los progresos de este programa aprobado en 2012, es sin duda el mejor escaparate para dar fe de estos avances ante la ausencia de cifras al respecto.
La profusión de paneles solares, la flamante avenida de rascacielos Mirae o el nuevo Centro de Ciencia y Tecnología, con sus 3.000 ordenadores para su uso por los habitantes de la capital, parecen certificar las estimaciones de los expertos.
Pese a que vive condicionada por las sanciones cada vez más severas de la ONU y a que su escala sería aún 40 veces menor que la de su vecino del Sur, se cree que la economía de Corea del Norte viene creciendo en el último lustro a un ritmo anual del 1-1,5 %.
Con Kim Jong-un se han multiplicado los hoteles, los taxis o los carteles luminosos, así como el número de ciudadanos que posee un "smartphone" o que acude a los nuevos centros recreativos de la capital norcoreana.
De este modo, la ciudad recuerda cada día menos al Pyongyang de estilo más soviético gobernado por su abuelo y su padre, en el que solo parecía aumentar cada día el número de grandilocuentes monumentos en honor de los líderes o el partido.
La clave de esta modernización económica, señalan los expertos, podría residir en un aperturismo muy tímido, que aún estaría a años luz de las reformas que emprendieron China o Vietnam, hacia la economía de mercado.
"Lo más importante ha sido la formalización y legalización de prácticas que se realizaban desde hacía tiempo, como diferentes tipos de empresa privada o el comercio libre de alimentos y otros bienes", dice a Efe Benjamin Katzeff Silberstein, investigador de la Universidad de Pensilvania especializado en Corea del Norte.
Dos paquetes de reformas aprobados en 2012 y 2014 también podrían haber contribuido a mejorar el rendimiento agrícola en un país que aún tiene muy presente la hambruna que se cree que pudo llegar a matar a 2 millones de sus habitantes a finales de los años noventa.
Estas medidas tendrían como objetivo transformar el sistema de colectivización, permitiendo que los granjeros se organicen en núcleos familiares y puedan quedarse con en torno al 30 % de la cosecha e incluso vender en los mercados su excedente, lo que incentivaría la productividad.
El régimen también ha activado un programa de reforestación, como atestigua la proliferación de pinares jóvenes que se ven en las zonas rurales del país.
Esto paliaría los efectos de la "Ardua Marcha" (nombre que recibió la hambruna de los noventa), cuando la desesperación llevó a los norcoreanos a talar los bosques, que evitaban que las inundaciones veraniegas arrasaran sus campos, para poder labrar hasta la última parcela disponible en las laderas de los montes.
"La situación alimentaria en Corea del Norte es, sin duda alguna, mejor que hace diez o veinte años", afirma Katzeff Silberstein, quien, sin embargo, pide prudencia a la hora de atribuir avances al plan quinquenal, dado el peso de una meteorología muy cambiante y la falta casi total de datos oficiales.
En la granja cooperativa de Jangchon, una explotación de en torno a un kilómetro cuadrado al sureste de Pyongyang, las medidas de 2012 parecen haberse aplicado, según cuenta Kim Hyan-sim, que se integra junto a su marido en el colectivo de aproximadamente 1.300 personas que trabaja aquí la tierra.
Aunque no da cifras y evita mencionar si el Estado permite quedarse con parte de lo recolectado e incluso venderlo, asegura que las cosechas son buenas desde que hace cinco años se empezó a implementar el cambio de modelo, que implica que cada agricultor se encarga de cultivar exclusivamente una parcela que se le asigna.
Es febrero, en pleno corazón del gélido invierno norcoreano, y todos los campos de Jangchon están pelados a la espera de que comience la siembra del arroz, pero no así los invernaderos, que lucen plenos de lechuga, apio, tomate o puerro.
Los guías del Estado que acompañan a los periodistas advierten de que Jangchon es una granja "modelo" y que su novedosa fórmula aún no se ha implantado en todo el país, aunque a su vez afirman convencidos que el momento actual nada tiene que ver ya con la "Ardua Marcha", cuando la producción agrícola, aseguran, "fue realmente terrible".
El primer plan quinquenal de reformas aprobado tras la llegada al poder de Kim Jong-un en Corea del Norte finaliza este año tras impulsar aparentemente el crecimiento económico y el desarrollo de sectores como el ocio, la construcción o incluso la agricultura.
Pyongyang, donde estos días se ven en las calles carteles y eslóganes que animan a rematar los progresos de este programa aprobado en 2012, es sin duda el mejor escaparate para dar fe de estos avances ante la ausencia de cifras al respecto.
La profusión de paneles solares, la flamante avenida de rascacielos Mirae o el nuevo Centro de Ciencia y Tecnología, con sus 3.000 ordenadores para su uso por los habitantes de la capital, parecen certificar las estimaciones de los expertos.
Pese a que vive condicionada por las sanciones cada vez más severas de la ONU y a que su escala sería aún 40 veces menor que la de su vecino del Sur, se cree que la economía de Corea del Norte viene creciendo en el último lustro a un ritmo anual del 1-1,5 %.
Con Kim Jong-un se han multiplicado los hoteles, los taxis o los carteles luminosos, así como el número de ciudadanos que posee un "smartphone" o que acude a los nuevos centros recreativos de la capital norcoreana.
De este modo, la ciudad recuerda cada día menos al Pyongyang de estilo más soviético gobernado por su abuelo y su padre, en el que solo parecía aumentar cada día el número de grandilocuentes monumentos en honor de los líderes o el partido.
La clave de esta modernización económica, señalan los expertos, podría residir en un aperturismo muy tímido, que aún estaría a años luz de las reformas que emprendieron China o Vietnam, hacia la economía de mercado.
"Lo más importante ha sido la formalización y legalización de prácticas que se realizaban desde hacía tiempo, como diferentes tipos de empresa privada o el comercio libre de alimentos y otros bienes", dice a Efe Benjamin Katzeff Silberstein, investigador de la Universidad de Pensilvania especializado en Corea del Norte.
Dos paquetes de reformas aprobados en 2012 y 2014 también podrían haber contribuido a mejorar el rendimiento agrícola en un país que aún tiene muy presente la hambruna que se cree que pudo llegar a matar a 2 millones de sus habitantes a finales de los años noventa.
Estas medidas tendrían como objetivo transformar el sistema de colectivización, permitiendo que los granjeros se organicen en núcleos familiares y puedan quedarse con en torno al 30 % de la cosecha e incluso vender en los mercados su excedente, lo que incentivaría la productividad.
El régimen también ha activado un programa de reforestación, como atestigua la proliferación de pinares jóvenes que se ven en las zonas rurales del país.
Esto paliaría los efectos de la "Ardua Marcha" (nombre que recibió la hambruna de los noventa), cuando la desesperación llevó a los norcoreanos a talar los bosques, que evitaban que las inundaciones veraniegas arrasaran sus campos, para poder labrar hasta la última parcela disponible en las laderas de los montes.
"La situación alimentaria en Corea del Norte es, sin duda alguna, mejor que hace diez o veinte años", afirma Katzeff Silberstein, quien, sin embargo, pide prudencia a la hora de atribuir avances al plan quinquenal, dado el peso de una meteorología muy cambiante y la falta casi total de datos oficiales.
En la granja cooperativa de Jangchon, una explotación de en torno a un kilómetro cuadrado al sureste de Pyongyang, las medidas de 2012 parecen haberse aplicado, según cuenta Kim Hyan-sim, que se integra junto a su marido en el colectivo de aproximadamente 1.300 personas que trabaja aquí la tierra.
Aunque no da cifras y evita mencionar si el Estado permite quedarse con parte de lo recolectado e incluso venderlo, asegura que las cosechas son buenas desde que hace cinco años se empezó a implementar el cambio de modelo, que implica que cada agricultor se encarga de cultivar exclusivamente una parcela que se le asigna.
Es febrero, en pleno corazón del gélido invierno norcoreano, y todos los campos de Jangchon están pelados a la espera de que comience la siembra del arroz, pero no así los invernaderos, que lucen plenos de lechuga, apio, tomate o puerro.
Los guías del Estado que acompañan a los periodistas advierten de que Jangchon es una granja "modelo" y que su novedosa fórmula aún no se ha implantado en todo el país, aunque a su vez afirman convencidos que el momento actual nada tiene que ver ya con la "Ardua Marcha", cuando la producción agrícola, aseguran, "fue realmente terrible".
El primer plan quinquenal de reformas aprobado tras la llegada al poder de Kim Jong-un en Corea del Norte finaliza este año tras impulsar aparentemente el crecimiento económico y el desarrollo de sectores como el ocio, la construcción o incluso la agricultura.
Pyongyang, donde estos días se ven en las calles carteles y eslóganes que animan a rematar los progresos de este programa aprobado en 2012, es sin duda el mejor escaparate para dar fe de estos avances ante la ausencia de cifras al respecto.
La profusión de paneles solares, la flamante avenida de rascacielos Mirae o el nuevo Centro de Ciencia y Tecnología, con sus 3.000 ordenadores para su uso por los habitantes de la capital, parecen certificar las estimaciones de los expertos.
Pese a que vive condicionada por las sanciones cada vez más severas de la ONU y a que su escala sería aún 40 veces menor que la de su vecino del Sur, se cree que la economía de Corea del Norte viene creciendo en el último lustro a un ritmo anual del 1-1,5 %.
Con Kim Jong-un se han multiplicado los hoteles, los taxis o los carteles luminosos, así como el número de ciudadanos que posee un "smartphone" o que acude a los nuevos centros recreativos de la capital norcoreana.
De este modo, la ciudad recuerda cada día menos al Pyongyang de estilo más soviético gobernado por su abuelo y su padre, en el que solo parecía aumentar cada día el número de grandilocuentes monumentos en honor de los líderes o el partido.
La clave de esta modernización económica, señalan los expertos, podría residir en un aperturismo muy tímido, que aún estaría a años luz de las reformas que emprendieron China o Vietnam, hacia la economía de mercado.
"Lo más importante ha sido la formalización y legalización de prácticas que se realizaban desde hacía tiempo, como diferentes tipos de empresa privada o el comercio libre de alimentos y otros bienes", dice a Efe Benjamin Katzeff Silberstein, investigador de la Universidad de Pensilvania especializado en Corea del Norte.
Dos paquetes de reformas aprobados en 2012 y 2014 también podrían haber contribuido a mejorar el rendimiento agrícola en un país que aún tiene muy presente la hambruna que se cree que pudo llegar a matar a 2 millones de sus habitantes a finales de los años noventa.
Estas medidas tendrían como objetivo transformar el sistema de colectivización, permitiendo que los granjeros se organicen en núcleos familiares y puedan quedarse con en torno al 30 % de la cosecha e incluso vender en los mercados su excedente, lo que incentivaría la productividad.
El régimen también ha activado un programa de reforestación, como atestigua la proliferación de pinares jóvenes que se ven en las zonas rurales del país.
Esto paliaría los efectos de la "Ardua Marcha" (nombre que recibió la hambruna de los noventa), cuando la desesperación llevó a los norcoreanos a talar los bosques, que evitaban que las inundaciones veraniegas arrasaran sus campos, para poder labrar hasta la última parcela disponible en las laderas de los montes.
"La situación alimentaria en Corea del Norte es, sin duda alguna, mejor que hace diez o veinte años", afirma Katzeff Silberstein, quien, sin embargo, pide prudencia a la hora de atribuir avances al plan quinquenal, dado el peso de una meteorología muy cambiante y la falta casi total de datos oficiales.
En la granja cooperativa de Jangchon, una explotación de en torno a un kilómetro cuadrado al sureste de Pyongyang, las medidas de 2012 parecen haberse aplicado, según cuenta Kim Hyan-sim, que se integra junto a su marido en el colectivo de aproximadamente 1.300 personas que trabaja aquí la tierra.
Aunque no da cifras y evita mencionar si el Estado permite quedarse con parte de lo recolectado e incluso venderlo, asegura que las cosechas son buenas desde que hace cinco años se empezó a implementar el cambio de modelo, que implica que cada agricultor se encarga de cultivar exclusivamente una parcela que se le asigna.
Es febrero, en pleno corazón del gélido invierno norcoreano, y todos los campos de Jangchon están pelados a la espera de que comience la siembra del arroz, pero no así los invernaderos, que lucen plenos de lechuga, apio, tomate o puerro.
Los guías del Estado que acompañan a los periodistas advierten de que Jangchon es una granja "modelo" y que su novedosa fórmula aún no se ha implantado en todo el país, aunque a su vez afirman convencidos que el momento actual nada tiene que ver ya con la "Ardua Marcha", cuando la producción agrícola, aseguran, "fue realmente terrible".