Cuando terminas con todo tu trabajo, lo único que quieres es jugar y disfrutar al máximo el tiempo con tus hijos; sin embargo, no todo es “miel sobre hojuelas”, porque llegará un momento en el que el niño no hará caso o hará alguna travesura para que salga el primer grito de tu boca.
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Tal vez hasta cierto punto puede ser normal que pierdas el control y tu respuesta sean los gritos, porque estás cansada, frustrada o desesperada y olvidas que sólo necesita una guía respetuosa para que entienda la situación.
Pero, no te das cuenta de todo eso hasta que tu hijo empieza a llorar o ves su rostro asustado, inseguro y desconcertado… Justo ahí es cuando te llega el sentimiento de culpa, el pensamiento de “no debí gritarle”, “la regué”.
Y, efectivamente, a los niños no hay que gritarles, porque desde las palabras hasta el tono de voz que usas cuando estás enojada o desesperada, van creando huellas físicas y emocionales difíciles de sanar, las cuales marcarán su comportamiento tanto en la adolescencia como en su vida adulta.
¡Gritar es igual a golpear!
De acuerdo con un estudio publicado en Child Development, gritarle a los niños es tan malo como golpearlos o castigarlos, ya que aumenta el riesgo de que desarrollen depresión, mal comportamiento, aislamiento, agresión y dificultad en el rendimiento escolar.
Karen Zaltzman, coach de crianza certificada por el Parent Coach Institute, explica en ‘Naran Xadul’ que los gritos causan dolor emocional y vergüenza. Además, cuando se vuelven costumbre, te darás cuenta que tu hijo sólo obedecerá por un corto tiempo, pero no los hará entender su comportamiento ni actitudes, y lo único que pasa es que la huella se hace más profunda en ellos.
Pero, espera, antes de culparte o decir no volveré a gritar, debes conocer que tus gritos tienen un origen fisiológico, es decir, cuando te sientes frustrada o agobiada, tu cerebro libera una hormona llamada cortisol o del estrés, y esto provoca que tu centro cognitivo se “apague” y se “encienda” tu centro emocional. (Dejas de pensar y sólo reaccionas a las emociones)
Esto mismo pasa en el cerebro de los pequeños; cuando escuchan el grito, sus niveles de cortisol se elevan y sus emociones son las que tratan de lidiar con este escenario.
Entonces, ¿cómo se deben evitar los gritos y cuál es el mejor camino para guiar a los niños?
1. Toma un tiempo fuera en momentos de crisis, es decir, cuando estás a punto de explotar y el grito está a punto de salir, lo mejor es que respires profundo y vayas a otra habitación para que te calmes.
2. Ponte el oxígeno primero. Darte tiempos para seguir existiendo como persona y disfrutar de las cosas que te gusten hace que seas menos reactiva.
3. Revisa tus creencias sobre que esperarás de tu hijo y de sus reacciones. Si entiendes que es natural que cuando pongas un límite tu hijo proteste cuando llore o grite es mucho menos probable que tú lo veas como amenaza y reacciones gritando.
4. Mantén una buena comunicación con tu hijo, sobre todo para identificar y nombrar las emociones, dile lo que esperas de él y cómo te gustaría que te ayude.
5. Establece límites firmes pero con respeto, y es muy importante que seas constante en el establecimiento de éstos.
6. Se vale equivocarse. Cuando pierdas el control y grites, en vez de sentirte culpable y después paralizarte, analiza cuáles fueron los botones que tocó tu hijo y cómo puedes reaccionar para la próxima vez.
Es cierto que al principio será difícil controlar las emociones y más cuando has tenido un día pesado, pero poniendo un granito de arena diario, tendrás un hijo más sano física y emocionalmente.
Recuerda que es una persona pequeña que entiende todo, sólo necesita una guía que le muestre las bases de cómo funciona su entorno, para que él también lo entienda y viva a su manera.