En la segunda cuadra de la calle Máximo Alvarado, en Chorrillos, se escriben a diario las líneas de un guión verdadero donde el desprendimiento, empeño y el más puro de los amores favorece a una veintena de animalitos que por poco escaparon a la muerte. Esta magia, que lamentablemente muy pocos conocen, sucede desde hace ocho años en el albergue Milagros Perrunos.
Ángel sin alas. Este lugar es dirigido por Sara Morán, el ángel de buen corazón que, aunque carece de alas, vuela alto para conseguir los recursos para alimentar y tener bien cuidados a los perros que fueron abandonados tras sufrir graves accidentes.
En su propio hogar, en Chorrillos, levantó una especie de hospicio donde atiende a 50 canes. Su amor es tan grande que incluso se las arregló para conseguir sillas de ruedas para ocho de estos animalitos, que ahora pueden correr a sus anchas cada domingo en la playa Agua Dulce. Asimismo, se las ingenia para costear la rehabilitación e hidroterapia de algunos amigos perrunos. “Tanto por un simple perro”, suelen decirle, pero para ella son como hijos.
“Con lo poco que tengo trato de darles lo mejor. Gracias a Dios puedo atenderlos y darles una nueva vida”, confiesa.
Solidaridad. Pese a su inmensa voluntad, Sara reconoce que necesita apoyo. En tal sentido, desde el albergue donde sus perros mueven la cola y ladran por alguna de sus caricias, solicita el apoyo solidario de la ciudadanía. “Siempre necesitamos alimentos, artículos de aseo y limpieza, correas para pasearlos. De hecho, también necesitamos recursos para poder comprar sillas de ruedas para los animalitos que ya no pueden mover las patas traseras por accidentes”, revela.
Lo cierto es que uno de estos artículos puede costar entre 250 y 400 soles, dependiendo del tamaño del perro.
Sueño compartido. Afortunadamente, Sara no está sola en esta lucha. Junto a ella hay voluntarios como Yuliya Kurbatova, una carismática y linda jovencita que dejó su natal Ucrania al enamorarse del Perú. Ella conoció la historia de Albergues Perrunos a través de una foto que dio la vuelta al mundo, y se embarcó en la aventura de amar a los canes sin ataduras. “Es una gran alegría cuando ves a estos animalitos correr y jugar en la playa, pese a su limitación física. Es hermoso verlos hacer su vida sin ser conscientes de que tienen las sillas o que sufrieron graves accidentes”, cuenta entusiasta, mientras los amigos perrunos dan saltos para atraer su atención.
Sara y Yuliya tienen un sueño: levantar un nuevo y más amplio albergue en un distrito como Cieneguilla, donde los animales puedan correr y jugar a sus anchas. Para tal fin, ambas luchadoras esperan que personas de buen corazón las apoyen desinteresadamente.
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