El bus que partió la noche anterior desde el terminal terrestre de la ciudad boliviana de La Paz con dirección a Uyuni llegó al destino con el amanecer del día. Recuerdo que me encontraba cansado por el largo viaje pero con el entusiasmo de ingresar a uno de los lugares más espectaculares de Sudamérica. Se trata del Salar de Uyuni, un lugar donde miles de turistas llegan cada año para fotografiarse con paisajes sorprendentes y tener la sensación de la unión entre el cielo y la tierra.
Durante la época de lluvia, el agua inunda el “desierto de sal” por lo que se produce un reflejo deslumbrante y genera la sensación de que te encuentras caminando sobre las nubes. La experiencia es única. Todo esto lo había visto por fotos antes de partir desde Lima y deseaba con ansias comprobarlo. Es así que descubrí que la única manera de ingresar al Salar de Uyuni es contratando los servicios de una agencia turística. No puedes entrar solo por lo que comencé a buscar la mejor oferta de tours al llegar a la ciudad.
Cada vez que viajo a otro país no recurro a las agencias para conocer los atractivos turísticos. El motivo es porque deseo hacerlo por mi propia cuenta, además de ahorrar dinero, y tener el tiempo suficiente para permanecer en el lugar y conocerlo mucho más. Durante los viajes hay que caminar, perderse y conversar con las personas originarias o residentes de la zona. Ahí está la clave para entender las distintas realidades del ser humano.
En Uyuni tuve que pagar por un tours de tres días, tiempo en que permanecería dentro del salar. El tour me llevaría hasta conocer la frontera con el desierto de San Pedro de Atacama en Chile. Una camioneta 4x4 se encargaría de trasladarnos hasta las profundidades de lo que antes fue un inmenso lago prehistórico. Me encontraba en compañía de un brasileño, una pareja de argentinos y dos ingleses.
“La primera parada de la excursión será el cementerio de trenes. Estaremos solo 20 minutos y seguiremos con la travesía”, nos dice el guía y a la vez chofer, quien al igual que todos llevaba lentes oscuros para cuidarse de los rayos ultravioleta y del reflejo del sol con el salar.
Al bajar del vehículo encontramos los restos abandonados y oxidados de vagones y locomotoras que incluso han sido utilizados como murales de grafitis. Es considerado el cementerio ferroviario más grande del mundo, a más de 3 mil 600 metros de altura. Es una alegoría a la chatarra como generador de turismo en el país altiplánico. Según la historia, en este lugar se inauguró la primera línea de ferrocarril en Bolivia en 1870. Conectaba las ciudades de Uyuni y Antofagasta, cuando esta pertenecía a la soberanía boliviana. El guía nos dice que ya debemos irnos por lo que rápidamente me subo a uno de los vagones para tomarme una fotito. Nos esperaba la segunda parada pero esa es otra historia. Nos vemos.