La muerte de Alberto Fujimori, como era de esperarse, despertó pasiones, a favor y en contra, de lo que fue su gobierno de 1990 al 2000. Fueron años complejos, la inflación y el terrorismo carcomían al país. No podemos negar que durante la gestión de Fujimori se capturó al genocida Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso, y se logró la estabilidad económica. Pero dicen que lo que hace una mano, la otra lo borra. El autogolpe del 5 de abril, los actos de corrupción registrados en los Vladivideos, las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, así como los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el gobierno fujimorista no se pueden olvidar. Encendidos debates, recordando lo bueno y lo malo, abundan en las redes sociales. Los medios de comunicación difunden informes especiales de lo que fue el gobierno del “Chino”. En medio de esto está el peruano de a pie, que aprovecha la coyuntura para ganar algo de platita. La venta de llaveros, flores y polos con imágenes de Fujimori se ofrecen en los exteriores de su velatorio en el Museo de la Nación. La muerte y el negocio se unen.