Aunque el calor del verano es positivo en términos generales para el cerebro, ya que con más horas de sol se reporta mayor producción de serotonina (lo que mejora nuestro estado de ánimo) y se estimula la producción de la vitamina D, también es cierto que existe un límite de calor a partir del cual nuestro cerebro no funciona correctamente: los 40 ℃ (104F).
En un artículo, el periodista José Morales García señala que los seres humanos somos homeotermos. “Es decir, gracias a nuestro hipotálamo –región del cerebro que regula la temperatura– somos capaces de mantener una temperatura constante de unos 37 ℃ (98.6 F), independientemente de la temperatura ambiental. Pero cuando nuestro cuerpo alcanza temperaturas por encima de los 104F, el hipotálamo deja de funcionar correctamente y no controla nuestro sistema natural de enfriamiento, la transpiración (el sudor). Es entonces cuando podemos sufrir un golpe de calor”, indica.
Señala, por ejemplo, que la atención, el equilibrio o el sueño, son afectados en las olas de calor.
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En esta situación, el sistema nervioso es especialmente vulnerable. Como el hipotálamo tiene que trabajar en exceso para mantener una temperatura corporal adecuada, deja en un segundo plano otras funciones vitales como la atención, que se ve ralentizada.
Algo similar pasa con el sistema de comunicación cerebral. Los impulsos nerviosos tardan más en propagarse y por tanto nuestra capacidad de respuesta es mucho más lenta. Estamos, por tanto, más cansados y apáticos. Todo esto afecta a nuestro estado de ánimo, causando irritabilidad y confusión.
Calor y proteínas
Con el calor las proteínas se desnaturalizan –pierden su estructura, se derriten– lo cual afecta y mucho a las neuronas.
Todo este proceso, además, desencadena una respuesta inflamatoria que modifica la homeostasis (equilibrio) del tejido nervioso. La razón es que las altas temperaturas afectan a la barrera hematoencefálica que protege a nuestro sistema nervioso central, alterando ese equilibrio. En concreto, hay un tipo específico de neuronas especialmente sensible al daño, las células de Purkinje. Estas neuronas se encuentran en el cerebelo, y son responsables de la función motora. De ahí que uno de los síntomas característicos de un golpe de calor sea la debilidad motora con afectación grave de la coordinación y el equilibrio.
Las altas temperaturas también hacen que descansemos peor. Otra de las funciones del hipotálamo es regular los ciclos de sueño y vigilia. Para ello, se guía por la información que le llega del exterior como la cantidad de luz o la temperatura, que indican al cerebro cuándo debe inducirse el sueño.
Las altas temperaturas confunden al hipotálamo, y se produce una hiperexcitación del cerebro, por lo que nos cuesta más conciliar el sueño. No olvidemos que nuestro sistema nervioso aprovecha las horas de sueño para realizar funciones de mantenimiento necesarias para su correcto funcionamiento. Es lo que llamamos “un sueño reparador”.
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