En el Perú vive alrededor de un millón y medio de venezolanos. Los hemos recibido con los brazos abiertos y cedido espacio para que hagan sus emprendimientos, trabajen en disciplinas varias y, en general, se desarrollen a sus anchas. Y es que así somos por antonomasia: buenos vecinos y mejor anfitriones. Lo que sí nos fastidia sobremanera es que gran parte de ellos, haciendo quedar mal al resto de sus compatriotas, se ha dedicado a delinquir, ya sea como delincuencia común o crimen organizado, exhibiendo una sangre fría realmente espeluznante. Arrebatadores, cogoteros, secuestradores, sicarios, criminales en banda -como “Tren de Aragua”, “Los malditos del Rolex”, etc.- y una gama de venezolanos que son realmente de temer. La inmediata expulsión que propuso “Cantinflas” Pedro Castillo fue una quimera y cada día que pasa los vemos marcando territorios del delito, como la prostitución en el centro de Lima. Basta ya.