La respuesta muchas veces incluye un error frecuente que cometen los padres o cuidadores. La mayoría contesta “lo castigo sin ver televisión, lo llevo a dormir más temprano o le exijo comer a la fuerza y simplemente se quedará con hambre”.

A esto se puede sumar una serie de frases que, lejos de contribuir para lograr que el pequeño coma, incrementan el rechazo a la comida e, incluso, en personas con ciertas características de personalidad y sumado a otros factores genéticos pueden ser un caldo de cultivo de trastornos en la conducta alimentaria.

Si el menor no quiere comer debe haber alguna razón. Las posibilidades son múltiples y van desde que realmente no tiene hambre hasta ser una forma de expresar mayor atención. Lo primero es ir descartando. Asegúrate que sólo coma y beba en horarios establecidos, cada 3 a 4 horas, así el apetito llegará naturalmente e incentivará un ambiente amable y positivo. Buscar ayuda profesional siempre es una buena opción.

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