No solo consumimos alimentos por hambre, sino también por el placer de comer o para controlar emociones. Esto ocurre desde el nacimiento, de forma innata, pero luego se sostiene a modo de aprendizaje en diferentes etapas y situaciones de la vida.
Desde la lactancia materna, la alimentación está cargada de emociones derivadas del sentido de protección y supervivencia del bebé. Muchos experimentos con recién nacidos muestran una elevada aceptación del gusto dulce en todas las culturas. Incluso, reaccionan ante una solución muy diluida de azúcar con una expresión facial de comodidad y satisfacción (no ocurre con otros sabores).
Sin embargo, a medida que vamos creciendo, buena parte de la preferencia que tenemos por lo dulce se limita al premio o a la herramienta que calma la ansiedad. Cuando la alimentación está dirigida por las emociones, corremos el riesgo de sobrealimentarnos y de mal nutrirnos.
SI tienes problemas de ansiedad por comer o un hijo con predilección por lo dulce, es importante recibir asesoría nutricional para redireccionar la dieta.
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