Las vitaminas podemos separarlas en liposolubles (afines a las grasas) y las hidrosolubles (afines al agua), esta característica define en que tipo o parte del alimento están ubicadas.

La vitamina E es de tipo liposoluble y, por tanto, los alimentos fuentes de grasa pueden concentrarla. Es así que los frutos secos y los aceites suelen ser fuente de esta vitamina. Las verduras de hoja verde oscuro, como la espinaca o el brócoli, son también alimentos fuente.

Lo importante de esta vitamina es su potente poder antioxidante, es decir protege las células del cuerpo de la oxidación. En presencia de radicales libres procedente del mismo metabolismo de los alimentos, de la contaminación ambiental, del estrés, del humo de tabaco o de frituras prolongadas y a altas temperaturas, la vitamina E actúa y neutraliza estas moléculas evitando que las células se afecten.

La vitamina E es necesaria para estimular el sistema inmunitario que nos protege de la agresión de virus y bacterias. Favorece la dilatación de los vasos sanguíneos y evita la formación de coágulos.

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