CRISTINA (30, Ventanilla). Tengo sólo seis meses de casada y poco a poco estoy perdiendo mi figura, pues todos los días llevo al trabajo la lonchera que me prepara mi suegra, llena de harinas y calorías.
Cuando me casé tenía una buena figura que conseguí yendo todos los días al gimnasio y comiendo sano, pero luego de mi matrimonio me fui a vivir con mi suegra, pues Alfonso, mi marido, es hijo único, su padre murió hace dos años y no quiso dejar sola a su madre, además su casa es grande.
No tuve problemas en mudarme a casa de mi suegra, pues siempre me llevé bien con ella e incluso no tengo ni qué cocinar, salvo los domingos que descanso, me quedo en casa y con mi esposo la agasajamos preparándole algo rico o llevándola a almorzar a la calle. Ella es muy atenta y así como le hace la lonchera a Alfonso, que es un poco gordito, también me la prepara a mí, pero siempre me pone frituras o demasiadas harinas, creyendo que así no me quedaré con hambre.
Entiendo que las cosas más ricas engordan, pero nunca he sido de comer muchas grasas. Siempre almorzaba mi dieta en el concesionario del trabajo, pero ahora en mi lonchera llevo tallarines, arroz con menestras y una fritura encima, hasta bistec con papas fritas y arroz a la cubana.
Ya me he subido como cuatro kilos en estos meses y ya le he deslizado a mi suegra la idea de que no me haga más la lonchera para no molestarla e incluso que sólo me mande ensaladas, pero me responde que para ella no es molestia y que debo alimentarme bien porque en cualquier momento puedo salir embarazada y con lechuga y tomate no estaré bien nutrida.
Realmente no sé cómo abordar este tema y me tengo que comer la lonchera porque no puedo regalarla ni botarla. He hablado con mi esposo y él tampoco me entiende, sale en defensa de su madre, me dice que soy una malagradecida y que debo entender que las mujeres casadas se engordan.