La vitamina D se forma en la piel gracias a un proceso tan natural como asombroso. Todo empieza cuando la luz del sol toca la piel, uno de sus componentes, los rayos UVB, activa una molécula que ya tenemos allí, derivada del colesterol. Esa molécula cambia de forma, como si se activara, y viaja al hígado y luego a los riñones, donde el cuerpo termina de convertirla en la vitamina D que usamos para fortalecer los huesos, defender el sistema inmune y mantenernos con energía.
No sentimos nada mientras ocurre, pero cada breve exposición al sol actúa como una pequeña fábrica que se pone en marcha dentro de nosotros.
Sin colesterol no podríamos producir vitamina D, y sin luz solar tampoco. Ambos son necesarios, pero en su justa medida. Ni el exceso de sol ni demonizar al colesterol resultan beneficiosos, por lo que mantener un equilibrio sigue siendo la mejor manera de cuidar la salud.
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